domingo, 17 de agosto de 2014

Verano y obesidad (1)

La extensión de la ambigüedad en el uso del Hambre y Apetito se refleja incluso en las definiciones que recoge la Real Academia Española (RAE) al referirse al “hambre” en su primera acepción como la “gana y necesidad de comer”, la “escasez de alimentos básicos, que causa carestía y miseria generalizada” en un segundo significado y como sinónimo de apetito en el tercero. “Apetito”, por otra parte, lo explica como el “impulso instintivo que lleva a satisfacer deseos o necesidades” y en una segunda acepción como “gana de comer”. Definiciones en las que ya queda patente la distinción en función del componente hedonista.

La fraseología popular también ha contribuido a modelar y asentar la confusión a lo largo de la historia. “Me muero de hambre”; “Ser más listo que el hambre”; “Juntarse el hambre con las ganas de comer”; “Comer a alguien con los ojos”; “Huele que alimenta”, etc. son algunos ejemplos que hacen referencia, aunque no de forma expresa, sí en sentido figurado, al hambre y permiten atisbar un uso ambiguo del término al otorgarle acepciones placenteras más propias del apetito.

Aunque parecen lo mismo, estos términos tienen significados y matices dispares. Investigadores del Centro de Investigación Biomédica en Red-Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición (CIBERobn) nos aclaran sus principales diferencias, identifican los factores que intervienen en ellos y nos presentan algunas recomendaciones para dominar el apetito que pasan por una combinación mesurada de la ingesta calórica, hábitos alimenticios saludables y la práctica de ejercicio físico.

¿Necesidad fisiológica o placer? Según Miguel López, del grupo del CIBERobn de Santiago de Compostela, coordinado por Carlos Diéguez, “tener hambre” es una necesidad fisiológica vital, indispensable no sólo para saciar el hambre, sino para nutrir nuestro cuerpo con micronutrientes, como algunas vitaminas, minerales y macronutrientes, como proteínas, grasas y carbohidratos presentes en cualquier alimento”. En cambio “tener apetito” significa el deseo de comer por placer, en el que intervienen factores como los olores, sabores, el aspecto y presentación de los alimentos o ciertas costumbres alimenticias que estimulan nuestra mente para fomentar una necesidad, la de comer, que, en realidad, ya estaría satisfecha.

En la sociedad actual y avanzada, el problema radica precisamente en el exceso de oferta y consumo de alimentos, lo que conlleva un incremento del consumo de calorías que, sumado al incremento del sedentarismo, deriva en el acumulo de dichas calorías en forma de grasa. Es decir, el sobrepeso y la obesidad se producen cuando existe un balance energético positivo como resultado de un desequilibrio entre ingesta calórica. O lo que es lo mismo, la cantidad de energía que ingerimos con los alimentos y el gasto energético. El sobrepeso y la obesidad aparecen cuando el número de calorías ingeridas sobrepasa, de manera crónica, al número de calorías consumidas.

Los ciclos del apetito
Existen tres conceptos interrelacionados que intervienen cíclicamente en el apetito: hambre, satisfacción y saciedad. El hambre es la sensación fisiológica que induce a comer; la satisfacción el estado de plenitud que invita a dejar de comer y la saciedad el período durante el cual la sensación de satisfacción se mantiene hasta que aparece de nuevo el hambre.
Toda la información periférica procedente de los depósitos grasos, niveles de glucosa en sangre y del tracto digestivo es recibida, analizada y procesada por determinadas neuronas (células nerviosas) en el encéfalo. En concreto, la región cerebral de mayor importancia para la regulación de la ingesta es el hipotálamo, situado en la parte mediobasal del cerebro. “Aunque el control hipotalámico de la ingesta es muy preciso, se ve influenciado por factores hedónicos, relacionados con el placer por la comida y también por el acto social que supone comer”, señala Miguel López.

Es bien sabido que hay alimentos que “enganchan”, comidas a las que no podemos resistirnos, como el chocolate, los dulces, los aperitivos, las grasas saturadas o el café. Esto se debe a que su ingestión estimula zonas cerebrales implicadas con la adición y mecanismos cerebrales de recompensa. De ahí que sucumbamos a sus encantos con mayor devoción cuando nos encontramos bajos anímicamente.

Esta es la razón por la cual el incremento del consumo de estos comestibles o “manjares” está más relacionado con la satisfacción por comer, que con la simple necesidad vital de ingerir calorías. “Además de sus efectos sobre la masa y salud corporal, los excesos apetitivos típicos de sociedades desarrolladas”, según apunta Miguel López, “acabarían provocando una adicción, al igual que sucede con las drogas o los juegos de azar”. Un fenómeno que algunos teóricos denominan como “hambre hedonista”.

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