domingo, 5 de febrero de 2017

Los programas imposibles

(AZprensa, Editorial) Cuando uno coge el programa de un congreso, simposio, jornada, reunión, etc. y revisa los temas y ponentes, va haciendo mentalmente una clasificación de aquellos que más le interesa escuchar y ajusta su agenda interna, su atención, hacia los mismos, esperando que dichas disertaciones sean de su agrado. A veces se quedará allí todo el tiempo, aunque pensará en otras cosas cuando hablen de lo que no le interesa y esperará a prestar atención cuando lleguen sus materias preferidas.

Cuando un periodista repasa ese programa, marca aquellas ponencias que son de su interés para acudir justo a esa hora y así poder reflejar después en un artículo o noticia lo que en aquella ponencia se diga. La jornada del periodistas suele estar muy apretada y como no pueden quedarse a toda la sesión eligen para asistir y cubrir informativamente sólo aquello que consideran más relevante.

Hasta aquí la teoría. Ahora llegamos a la práctica, tal como se desarrolla en España.

Previamente, y para contentar a todo el mundo, se incluyen en el programa a todos aquellos con quienes se quiera quedar bien, de tal forma que ya de entrada el programa suele estar bastante recargado en cuanto a número de ponentes y bastante escaso en cuanto a tiempo concedido a cada uno. Pero lo importante –para los organizadores- es que se vea una agenda llena de temas importantes y de ponentes de relieve.

Llega la hora de comenzar y –como ya he comentado en otra ocasión- se conceden cinco minutos de cortesía (a los que yo llamo “de grosería”) para esperar a que se vayan incorporando todos lo que van llegando tarde. A veces, incluso, son algunos de los ponentes o miembros de la mesa presidencial, quienes llegan tarde. Y con frecuencia no son ni cinco ni diez, sino muchos más los minutos que hay que esperar, para cabreo y desesperación de las personas formales, educadas, honestas, que han acudido a su hora.

Por fin se comienza y, ya de entrada, los miembros de la mesa presidencial que debían hablar cinco minutos cada uno, se enrollan y se pasan diez o quince minutos hablando cada uno. Cuando han terminado ya estamos en la hora que –según el programa- debería ocupar la segunda ponencia, y aún no hemos empezado con la primera.

Llega la primera ponencia, y el ponente diserta sin importarle quienes vendrán detrás, él va a lo suyo: soltar su discurso para que todos vean cuánto sabe y qué bien habla. Cuando acaba, ya deberíamos estar en el descanso, con lo cual no ha lugar al apartado de ruegos y preguntas. Aún así, el moderador da paso a que los asistentes pregunten algo rápido. Se levanta uno y el enunciado de su pregunta dura cinco minutos. La respuesta otro tanto. Luego otro igual y ya finalmente el moderador corta y dice que vamos a tomar un refrigerio.

El tiempo –según programa- para el refrigerio es de quince minutos, que es el tiempo real que se necesita para desalojar la sala y volver a sentarse luego. Por consiguiente el citado descanso dura el doble de lo que tenía programado.

Llega la segunda ponencia en la hora que debería corresponder a la cuarta. Aquí ya le entran las prisas al moderador y pide que aceleren. Si el ponente es educado, hará una exposición rápida, aunque insuficiente para recuperar todo el tiempo perdido. Si l ponente lo único que le importa es él mismo, no hará ni caso, y sólo si el moderador le apremia varias veces, dará por terminada su sesión saltándose la mitad de lo que pensaba decir. Por supuesto, ya no habrá tiempo para preguntas.

Para qué seguir si todos vosotros lo habéis padecido en más de una ocasión. Aquello que os interesaba escuchar se ha quedado a medias y con varias horas de retraso, con lo cual os han desajustado vuestro plan para aquél día. ¿Y los periodistas? Pues cuando hayan llegado a la hora de quien pensaban seguir, se habrán dado cuenta que la sesión lleva más de una hora de retraso y habrán optado o por marcharse y pasar de cubrir esa información o aguantarse y esperar para escribir con en enfado monumental que sin duda enturbiará su imparcialidad a la hora de contarlo.

Después de más de cuarenta años de vida profesional debo reconocer que casi nunca he visto en España que un programa cumple fielmente con los horarios previstos. Y no consigo entender por qué ese empeño en hacer programas imposibles de cumplir. ¿Son tan tontos los que deciden el programa o es que les importa un bledo el público que asista y sólo les preocupa que quede bonito para mayor gloria personal?

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